ÚLTIMA VARADA

ÚLTIMA VARADA

 (Primer premio de Relato Corto Villa de Iniesta 2015)


I

Ahora estos pliegos que sé que no leerás nunca. Estas nubes nuevas que lleva el aire que nos trajo hasta aquí, para buscarte en cada horizonte, en cada acantilado y las arenas. Las gaviotas que no cesan.

Hemos arriado todo el trapo frente a los esteros de Saltés. Las cartas marinas dicen que hay un río de oro que desagua cerca y que, no muy lejos, a poniente, las arcas de los bueyes se pudren ebrias de olvido. No sé si te encontraré algún día para contártelo, para decirte que el soplo del foreño nos trae hoy reminiscencias de pajarracos pretéritos que nos conocen y que nos odian, que el salitre se mete entre la tablazón de cubierta, en los mástiles y en los surcos de nuestros rostros.

 

II

Te escribo en los solsticios, en los paralelos de las lluvias y los amaneceres. Las hojas que, de vez en cuando, trae el viento o las ramas flotando desde la tierra firme tienen más sentido en los momentos en los que recupero la memoria y, sin darme cuenta, la mezclo con el oleaje y la espera en una alquimia rara.

A veces me sorprendo con un gesto tuyo entre ceja y ceja, con una sonrisa que se deshace pronto porque el tiempo no ha dejado de medir sus días.

Me asomo por la borda, miro las algas y los escaramujos abajo, en la línea de flotación, donde la espuma viene a dejar su desigual vaivén. La tripulación reposa y yo escudriño la orilla, atento a un grito, al vuelo de un vestido blanco en el rompeolas, … pero únicamente los cangrejos me saludan desde el fango de la orilla, o tal vez sólo se desperezan.

 

III

La bajamar completa será hoy a la atardecida, por eso esperaremos el primer aguaje de la madrugada para desembarcar.

Hemos atravesado los mares y el tiempo para buscarte. A los demás les he asegurado que es aquí donde existe el jardín de las manzanas que otorgan la sabiduría de los astrólogos y los magos; les he hablado de la danza de las ninfas y de la música porque necesito de sus saberes en el timón y en la mesana, en los cordajes. Pero yo sé que no es verdad, que sólo una noche de fracaso y vino recorrerá nuestro velamen maltrecho y la madera empapada de nuestra quilla. Nada importa mientras en la bodega siga habiendo botellas en las que encerrar estos escritos que te envío con el mar.

 

IV

La herida del crepúsculo alarga las sombras en cubierta y nos muestra los detalles de Saltés y Bacuta. Las ramas secas de los almendros más allá de los primeros verdes. Ocres y sienas en los esteros y malvas en los canales, por donde asoman los restos de un naufragio que nos parece demasiado antiguo.

Algunas veces, como ahora, no me sirven las palabras para describirte los lugares a donde llego, para contarte las latitudes y los rumbos.

La luna brilla ya a oriente, en la vertical exacta de un lugar cualquiera, mientras el sol se muere detrás de las dunas y la retama, a nuestra espalda. El agua de la ría se muestra dulce al mecer nuestra nave y amable con nuestros oídos, demasiado hechos a las olas y al crujir de las cuadernas.

 

V

Cinco jornadas llevamos aquí, frente a esta punta de arena fina que parece varada en medio de las olas. Ahora oigo el chirriar de las poleas y las cuerdas, las voces en cubierta me dicen que mi bote está ya sobre el agua. Voy a bogar hasta esa playa que no dejo de mirar desde hace días.

Silencios tan adioses prendidos de tu palabra última han traído mi espera inútil junto a este mar. Aquí suena muy lejos tu canto y mi tragedia es más mía. Durante meses he conocido mar adentro y he sabido que el mar tuvo en su principio el color de tus ojos, ¿qué otra música puede sonar tan exacta?

Es una tarde cualquiera y yo avanzo por la arena hacia poniente cegado de mediodía, como si estuvieras allí. Se van las olas. La bajamar sístole contrae el agua y escribe poemas arábigos, orilla de algas, en la espalda del planeta. Mientras, huyendo oro y púrpura, el reflejo salobre del sol se diluye poco a poco en la curva del rompeolas. Fucsias y magentas para los recuerdos y bálsamos de espuma con los que aliviar mis heridas.

Al fondo una gaviota.

 

VI

Tras las dunas está ese brazo de mar donde se mece nuestro barco anclado a su fondo, desde donde mis hombres miran los cangrejos y los esteros de Saltés, las retamas. Ante mí, todo el océano.

Ahora se va la tarde y vuelven las olas. Mi sombra crepúsculo en la bajamar extensa me revela la pequeñez del hombre, la inmensidad de mi derrota.

Todo se desmorona en una duna y asisto a ese espectáculo único mientras sólo van quedando mis huellas en la arena mojada. Y las nubes y las conchas. Y el atardecer detrás de mí, todo impreso para siempre nunca, porque nunca la sombra de los derrotados fue tan cierta.

 

VII

       -¡Capitán, he dicho de dejar tu bote por la amura de babor!

Mi contramaestre sigue asomado a la puerta, como si esperase una respuesta.

Demasiados mares hemos cruzado juntos, demasiadas borracheras y demasiada la duración de las noches en que se nos había acabado el vino y las provisiones, como para no conocernos bien. Su boca desdentada sonríe, menea la cabeza con violencia y, al hacerlo, en sus orejas tintinean aros de oro, trofeos de guerra, como él los llama. Ya no recuerda si son regalos de ninfas o de las furcias de los puertos. Su casaca, que una vez fue verde, se mece con él y con el barco. Su único ojo recorre el desorden de mi camarote y lo comprende, yo sé que él sabe de mis mentiras a la tripulación para seguir buscándote en cada playa.

 

VIII

He perdido la cuenta de las jornadas que llevamos aquí, pero cada tarde no dejo de bogar desde el barco para hundir mis tobillos en esta punta de arena. Para caminar hasta los primeros pinos y tallar tu nombre en la corteza de un árbol.

Y luego el océano descubriéndome la paz infinita de esta luna. Cuánto lo que has escrito y he leído, cuánto lo que ya no escribirás y yo sí leeré. Cuánta la arena para esculpir tu cintura y cuánto el anochecer. Cuántas las olas llevándose los pensamientos hacia la noche pelágica, donde la profundidad sin eco silencia mi grito.

Con el amanecer he vuelto al barco y he encontrado el silencio sobre cubierta. La tripulación ronca en la bodega mientras recojo las botellas, que hasta anoche estuvieron llenas de vino, para enviarte mis nuevos rumbos. Esas palabras que ya no sé si tienen sentido.

Me entrego a la paz de mi camarote, donde vuelvo a estudiar las corrientes y los vientos, a comprobar los instrumentos, las tierras de nombres extraños que aparecen en los mapas.

La plenitud de la marea de esta tarde nos llevará de nuevo a bogar hasta Saltés, donde nos aprovisionamos de agua hace apenas unos días.

 

IX

Ya te escribí que la isla es una nave varada en la desembocadura tranquila de dos ríos. Sus marismas cobijan a cientos de pájaros que se asustan y emprenden el vuelo en bandadas cuando oyen cómo horadamos el terreno que sólo a ellos pertenece.

Mi contramaestre y yo hemos atravesado a pie la Cascaxera y un arroyo seco, que en los mapas lleva el premonitorio nombre de Los Difuntos, luego hemos llegado a unas ruinas que emergen entre las retamas del norte de Saltés. Unas calles invadidas por la maleza, una atalaya apenas visible por la hiedra, una fuente de piedra rodeada de pedestales que ya nada soportan, una iglesia sin techumbre, donde entramos desde un jardín con columnas y relieves antiguos, en los que el musgo vive.

       -¡Es lo que tanto hemos buscado! –balbucea mi contramaestre, creyendo que de un momento a otro surgirá la magia de las Hespérides tras las ruinas y los enebros.

Lo miro y callo. Su rostro mal afeitado retiene el salitre de tantos días, pero también ese nuevo gesto que denota la sorpresa y que yo no conocía hasta ahora. De pronto echa a correr, gritando algo que no entiendo; veo su casaca y sus rizos sucios desaparecer tras una esquina que aún está en pie.

       -¡Insensato! –grito con todas mis fuerzas.

Inútil la llamada. Intento seguirlo y llego a un claro donde unos arcos de piedra proyectan su sombra oblicua sobre una pequeña escalinata cuajada de verdín y hojarasca. Entro en un nuevo recinto magnífico y decrépito. Más aves que se asustan de mis gritos y que me asustan a mí. Otra calle por donde me abro paso a duras penas. Corro y llego jadeando hasta las últimas piedras, donde me sujeto para meter aire en mis pulmones, y desde donde se ve la orilla y la marisma. Un barco descoyuntado se pudre en el fango, como el esqueleto de un animal fabuloso y enorme.

 

X

       -¡He oído las campanas del castillo y los coros de la ermita! –chilla mi contramaestre.

Me vuelvo y lo descubro ahí, a sólo unos pasos de mí, jadeando también y con la mirada de su ojo perdida en las ruinas que acabamos de dejar detrás de nosotros.

Me agacho y le ayudo a incorporarse.

       -Tenías razón, este sitio existe –susurra casi en mi oído.

Apoya su brazo en mi hombro y continúa ahora más calmado:

       -Era cierto, capitán, lo que hemos buscado durante tanto tiempo está aquí...

Miro alrededor intentando encontrar qué es lo que ha visto que ha trastocado tanto su cabeza, intentando escuchar de dónde proviene la música que lo hizo huir como un poseso.

Pero no encuentro nada, el infeliz debe haber perdido la cordura.

 

XI

Aprovisionadas de agua, de fruta y de miel están las bodegas, repasado el claveteado de la tablazón de cubierta, sustituidos en algunos sitios los cordajes. Hubiéramos zarpado con el aguaje grande de la mañana, si no hubiese sido por esos mástiles que se acercaban río arriba. Apenas habían despuntado las luces del día, cuando oímos las voces desde lo alto de la mesana.

Grande fue el júbilo y el alborozo de la tripulación, grande la precipitación también. No hubo marino que no subiera de inmediato a los botes.

Desde la amura de babor los vi alejarse hasta la isla, desembarcar y atravesarla corriendo hasta la otra orilla.

Dos naves grandes de dos mástiles cada una parecen haberse detenido al otro lado de Saltés, seguramente cerca del muelle que hay agonizando en la orilla de levante. El catalejo me acerca una bandera extraña que el viento mueve.

El sol sube hasta lo más alto y proclama su poderío.

 

XII

No sé cuánto tiempo ha transcurrido hasta que he oído ulular más allá de la isla. Veo las velas hincharse de nuevo, los mástiles que se deslizan hacia el sur. Sin duda los marinos de occitania soplan las caracolas para reemprender su viaje.

Miro en torno y constato la soledad. Tanta que el silencio impregna ahora toda la madera como una polilla voraz y asesina.

Vuelvo a asomarme por la borda con la certeza de que hay otros horizontes a los que mi catalejo oxidado no llega.

 

XIII

       -¡Sorprendente el mineral que cargan! –grita a su vuelta mi contramaestre, agarrándome fuerte de las solapas y taladrándome con ese ojo azul que conserva.

       -¡Sorprendentes también los metales transformados que llevan a otras tierras! –sigue chillando, sin dar tregua a la respiración y al orden.

Le pregunto por los marinos que no han regresado, pero no me responde. Tengo que sujetarlo y sacudirlo, sacarlo del trance en que se halla.

Entonces me cuenta que los hombres de la tez morena los invitaron a subir con gestos inequívocos, pero que no podían comprender su lenguaje plagado de sonidos nuevos, que algunos de los nuestros se quedaron allí y se fueron con ellos en pos de la riqueza y la quimera.

El timonel alarga el brazo en silencio y abre la mano para mostrar un pedrusco amarillo y negro, rojo como una herida. En su mirada encuentro un esbozo de reproche, un poco de vergüenza también por nuestros rumbos equivocados, por nuestra travesía estéril.

 

XIV

De pronto, me he dado cuenta de que los días se acortan dramáticamente. Ahora sé que será tardía la lluvia pero que, de repente, una tarde igual a esta los cielos gotearán su invierno sobre esta playa, cuando ya no quede nada de lo que fue bajo la bóveda de tu silencio bivalvo.

Es otra noche de mucha luna. Unas olas mansas acunan la nave y nos procuran descanso tras el ajetreo del día. Pienso en esas naves de occitania llenas del tesoro de Tharsis y me pregunto cuál es su destino, en qué puertos y en qué tabernas se emborrachará su tripulación.

He tomado el compás y medido los mapas. Los grabados terminan tres leguas río arriba. Imposible ver ese lugar donde la tierra se abre y muestra su secreto rojo.

Me pregunto si no será solo una ilusión de los que creen.

 

XV

De día el océano bascula de distinta manera sobre esta punta de tierra firme. He bogado hasta aquí para observar una vez más el trabajo de las mareas. Es este mar el que procura una orografía diferente cada vez que sumerge la playa y luego se retira. En la bajamar inmensa he dibujado signos astrales y fórmulas universales.

He imaginado tus pies hundiéndose en esta costa que no conoces.

Siete hombres han partido muy temprano. Los hemos visto bogando hacia el norte en silencio, circunvalando la orilla de poniente de Saltés. Luego, antes de rodear la punta de Bacuta, los hemos visto desaparecer.

En este barco, que ningún nombre tiene, sólo quedamos mi contramaestre, el timonel y yo. El contramaestre parece haber mejorado de su confusión. Es más, la idea de explorar más allá de las islas ha sido suya. Me cuenta que anoche no se dio al vino y que su cabeza está ahora más clara para entender esta tierra que aún nos parece extraña.

 

XVI

Algunas noches sigo bogando hacia tierra, las constelaciones y las galaxias expresan mejor que los licores el devenir del tiempo. La luna mengua en su apunte hacia Libra y deja un rastro de desolación en la arena.

Idénticos a sí mismos, siguen pasando los días con sus noches. Nosotros seguimos esperando noticias de los que se fueron. Cada mañana veo a mi contramaestre y al timonel escudriñando el horizonte. Ayer incluso se encaramaron a la mesana, creyendo haber visto una fumarola más allá de los pinares de Bacuta.

 

XVII

Sé que, al igual que otras, la noche nos sorprenderá de fiebre con el cabello alborotado y los dientes sucios, borrachos sobre cubierta, y yo me lleno de locura y de delirio, porque es entonces, en estas noches en que el vino inunda mi sombra y mis derrotas, cuando me vence la certeza de que existe un puerto al que llegan todos los océanos, donde tú me esperas.

Por eso los hemisferios y el insomnio. Por eso todo lo que escribo, el mar que te acerca y que te aleja.

 

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